RELATOS CORTOS
(C) JUAN ANTONIO GÓMEZ JEREZ
EN PROCESO DE RE-EDICIÓN
RELATO 1
¿DÓNDE
ESTÁ LA PULSERA?
Miguel sintió como una
densa oscuridad lo envolvía de negro y
espeso silencio. ¡No podía moverse! ¡Casi no podía respirar! La oscuridad lo atrapaba de una forma
sobrehumana y sentía como su denso peso oprimía todo su cuerpo. ¡No podía
respirar! ¡No podía respirar!
Comenzó bruscamente a
moverse dentro de aquella opresión negra; abría y cerraba los ojos para
comprobar que no había luz ¡Todo estaba oscuro! ¡No había luz! ¡No había aire!
Miguel casi no podía respirar y ya empezaba a sentir la angustia de la falta de
oxígeno, sentía la hiel de su saliva resbalando por su garganta sin poder
recoger una gota de aire que aliviase su tenebrosa sed. La sensación de agobio
y miedo se apoderó de él y un profundo fuego empezó a quemarle desde el
interior de su estómago.
Sacudiéndose violentamente
dentro de aquel espacio oscurecido que lo oprimía y le quitaba el aire y la
luz, notaba como su cuerpo estaba rodeado de una tela que lo envolvía, que lo
momificaba, que lo custodiaba dentro de aquella penumbra terrorífica y en ese
mismo momento la angustia se volvió terror.
- ¡Socorro! ¡Socorro!
Miguel gritó
desesperadamente, no entendía lo que pasaba, casi no podía mover sus brazos, casi
no podía mover sus piernas; se agitaba hasta el punto de notar como sus pies y
sus manos tocaban una superficie que sonaba seca y dura, como la madera. Le
embargó una desesperación total al venirle a la cabeza la idea de que estaba
dentro de una caja…
- ¿Estoy enterrado?
¡Socorro! ¡Socorro!
En ese mismo instante, Miguel
se dio cuenta de que estaba en el interior de
un ataúd. Se dio cuenta de que había sido enterrado vivo. Esto era una
broma, era una broma muy pesada…
- ¡Dios mío, sáquenme de
aquí! ¡Sáquenme de aquí! ¡Por favor! ¿Es qué nadie puede oírme?
Su cuerpo sentía el
agotamiento y el pánico, sentía la angustia de sentirse conscientemente muerto,
conscientemente muerto…
- ¡Socorro! ¡Socorro!
¡Socorro socorro!
Súbitamente, como si se
hubiera caído desde una gran altura, su cuerpo cayó en la cama, rebotando
bruscamente entre aquellas sábanas que lo envolvían. Miguel se despertó
gritando un aullido pavoroso de socorro que rompió el silencio espeso de la
noche… Abrió los ojos y aún las sombras lo envolvían todo.
Se levantó de golpe, se
quedó sentado en la cama, el sudor le caía por la frente como un torrente espeluznante lleno de angustia.
Todo parecía haber sido
una malísima pesadilla, el corazón de Miguel se tranquilizó. Miró hacia todos
los lados de la habitación, a oscuras,
intentó ver la poca luz que se colaba por la ventana y vio como un fino
halo de tenue luz cortaba la habitación en dos.
- ¡Dios mío que pesadilla!
Miró el radio-reloj: las 07:45 de la mañana, se le había
hecho tarde. Miguel conectó la radio que
estaba en la mesa de noche, saltó automáticamente dejando oír, de fondo, las
noticias de una emisora de radio. Informaban de un accidente muy grave que se
había producido hacía unos minutos en el centro de la ciudad, donde había
habido varios heridos y un fallecido.
Ciertamente Miguel se
sentía raro, no sabía explicar exactamente lo que le pasaba, se levantó de la
cama, abrió una de las persianas que ocultaban la cara del sol y mirando hacia
afuera empezó a esbozar un bostezo que hizo que su cuerpo se estirarse y
recuperara cierta energía. Se dirigió a la cocina, y se preparó un café rápido
ya que era un poco tarde para ir al trabajo. Ya preparado Miguel se disponía a
salir.
- Seguro que se me olvida
algo.
Miguel cogió el maletín
que estaba colgado detrás de la puerta y casi sin darse cuenta dejó cerrar la
puerta de un portazo, aún no se había cerrado y ya empezaba a bajar los peldaños
de la escalera del edificio. Tenía mucha prisa, estaba bastante nervioso y
encima había dejado el coche aparcado a tres calles de distancia y es que no
quería volver a llegar tarde al hospital. Había conseguido el puesto de médico
porque su padre era amigo del jefe del servicio y se sentía un poco vigilado y
observado. La verdad es que el puesto de médico en el departamento de cirugía
le iba a ayudar mucho en su carrera.
Empezó a caminar rápido
con la intención de llegar pronto al coche, sentía que tenía que organizarse
mejor a la hora de ir a trabajar porque sentía que le habían dado una gran
oportunidad y no quería echarlo todo a perder.
- Seguro que me va a coger
el atasco y no voy a poder llegar a tiempo a la reunión.
Abrió la puerta del coche,
puso el maletín en el asiento del copiloto, metió la lleve en el contacto y ya
casi sin darse cuenta empezó a conducir hacia el hospital.
Miguel era una persona muy
pragmática, al ser médico, resultó que siempre le había dado más importancia a
la parte empírica de las cosas y de la vida, que, a la parte más emocional y
espiritual.
08:30 Había dejado el coche
en el parking del hospital, y al acercarse a la puerta principal, éstas se
abrieron, y dejaron entrar a Miguel con un paso acelerado, su mirada fija y su
corazón encogido porque irremediablemente llegaba tarde.
La reunión de Cirugía ya
casi había terminado cuando entró por la puerta de la sala de juntas. Hoy le
tocaba dirigir una cirugía torácica muy importante. Tenía a los allegados del
paciente en la sala de espera y tenía que prepararse para entrar en quirófano.
Terminó de ponerse la
camisa verde del uniforme de quirófano y ya se dirigía a la sala de operaciones
para terminar la rutina y el protocolo previsto.
- ¡Introduzca anestesia
lentamente! ¡Controle!
- El monitor indica que la
paciente tiene todas sus constantes controladas doctor.
Miguel miró a la
paciente, miró su cara, era una chica
joven, tenía una cara muy peculiar de la que no se iba a olvidar nunca. Y no
sabía por qué razón se encontraba más nervioso
de lo habitual. Estaba sudando y algo tembloroso. Estaba todo preparado
en el quirófano para cambiar una válvula cardíaca que el corazón de la paciente
había decidido dejar ya como inservible. Era una intervención de vida o muerte.
Se miró las manos
temblorosas, miró y veía los guantes colocados y todo preparado para empezar. Alargó
la mano derecha…
- ¡Bisturí!
- ¡Gasas por favor!
¡Sequen esa hemorragia!
- ¡Doctor! ¡La paciente
empieza a tener descontroladas las constantes!
- ¡Cargue cinco mililitros
de adrenalina!
- ¡Doctor la paciente está
cayendo!
- ¡Preparando desfibrilador!
- ¡Preparado y cargado!
Lo intentaron una vez,
dos, tres…….
- ¡Doctor! ¡Doctor! ¡Se nos ha ido! ¡Se nos ha
ido!
Miguel miró la cara de la
paciente, se le había escapado entre sus manos. No había podido conseguir hacer
nada. Su cara no se le borraba de la cabeza.
Se quitó los guantes, se
alisó el pelo y se derrumbó frente al espejo que había en el vestuario. No se lo podía creer.
Casi sin ganas se puso la
bata blanca encima del uniforme verde, tenía que ir a hablar con los parientes
de la paciente que había fallecido. Estaba destrozado.
Miguel cogió una
respiración profunda, abrió la puerta y salió al pasillo. A la derecha estaban
los ascensores, sólo era una planta, pero no tenía ánimo para coger escaleras.
Caminaba por el pasillo y
el tumulto de gente casi ni reparaba en él, estaba aturdido, algo mareado.
Pensó en ir después a que le tomaran la tensión.
Mientras el pasillo estaba
oscuro, veía como la puerta del ascensor estaba bien iluminada; le quedaban
unos metros y vio como la puerta del ascensor se abría, así que, se apresuró
para no perderlo y terminar ya con todo esto y comunicar a los parientes el fastidioso
hecho.
Entró en el ascensor.
Sólo había una paciente
que estaba vestida con el pijama del hospital. Miguel saludó.
- ¡Buenos días!
- ¡Buenos días doctor!
Cabizbajo apretó el botón
de la planta a la que iba.
Aún la puerta del ascensor
permanecía abierta, y al mirar hacia afuera, vio, y no podía creerlo, como la
paciente que acababa de morir en quirófano se dirigía hacía el ascensor. El corazón
le dio un sobre salto, miró a la señora que estaba dentro y le preguntó si
también podía verla, y ella le contestó que sí.
Nervioso, apretaba el
botón de cierre del ascensor, quería salir de allí, se encontraba muy extraño y
sólo quería terminar con aquella situación loca, ya. En ese momento que la
puerta empezaba a cerrarse, la paciente
introdujo la mano dentro del ascensor, mano en la que llevaba una pulsera
negra. Miguel la repelió como pudo y el ascensor se cerró.
Miró, con los ojos muy
alterados, a la paciente que estaba dentro.
- ¿Usted ha visto? ¡No
puede ser verdad!... Esa era la paciente que acaba de morir en el quirófano.
¡Es imposible! ¡Es imposible! ¡Esto es una pesadilla! ¿Qué está pasando?
- Tranquilícese Doctor. No
pasa nada. Vaya acostumbrándose.
- ¿Acostumbrarme?
¿Acostumbrarme a qué? ¿Y por qué llevaba esa pulsera negra?
- ¿Usted no sabe qué aquí
cuando las personas mueren les ponen una pulsera negra?
- ¡No, claro que no lo sé!
¡Eso lo lleva la administración! ¡Yo no me ocupo de eso!
- ¿Y de qué se ocupa usted
Doctor?
- ¡Pues de los pacientes
evidentemente!
- ¿Y aún no se ha
acostumbrado a la muerte?
Miguel bajó la mirada.
Estaba nervioso, ausente, agitado
e incluso algo alterado, y mucho más cuando miró la mano de la paciente que
estaba con él en el ascensor. Abrió los ojos con asombro y miedo, como si se le
fueran a salir de las órbitas, al comprobar que ella también llevaba en la mano
una pulsera negra.
Se pegó a la pared del ascensor.
Miró con temor a la paciente que estaba con él.
- No se preocupe Doctor.
Miguel se sentía muy, muy
agitado.
- ¿Por qué tiene usted esa
pulsera?
- Porque estoy muerta
Doctor.
- ¡Esto es imposible! ¡Es
una pesadilla!
Miguel estaba muy exhausto,
sudoroso y alterado intentaba detener el ascensor.
En ese mismo momento, el
ascensor paró. Miguel volvió a mirar a la señora una y otra vez muy alterado, y
golpeando en la puerta que no quería abrirse. La confusión recorrió todo su
cuerpo y le embargó una sensación de miedo que nunca jamás había sentido.
- No pasa nada Doctor,
esté tranquilo.
-¿Tranquilo? ¿Es que usted
no ve lo qué está pasando? ¡Esto es una broma de mal gusto! ¡Socorro! ¡Socorro!
Miguel se deslizó por la
pared del ascensor y se quedó llorando en el suelo. Su corazón palpitaba a mil
por hora y su sensación de miedo era de verdadero terror.
- No tiene otra salida que
aceptarlo Doctor.
- ¿Aceptarlo? ¿Pero de qué
está hablando? ¿Aceptar qué?
La paciente se acercó a
Miguel. Se agachó a su lado lentamente y
le cogió la mano.
Miró asustado a la mujer,
sintió como su mano fría lo sujetaba. La miró aterrado.
- ¿Qué hace? ¡No me toque!
¡Usted dice que está muerta! ¿Qué broma es esta?
La paciente, de repente, le agarró la mano fuertemente y levantándola
con ímpetu le enseñó su propia mano.
- ¡Mire doctor! ¡Usted
también tiene una pulsera negra!
De repente, la puerta del
ascensor se abrió.
©
2017 JUAN ANTONIO GÓMEZ JEREZ
RELATO 2
Caminando por la playa sentí la arena fría y húmeda acariciar
la piel de mis pies, sentí como mis dedos se hundían en ella sintiendo el
contacto con la arena como si fuera un suspiro de mar al pisarla, sentí el
crujir de los granos y como me vencía un poco
en cada pisada, sentía aquel olor a mar de la mañana que embriagaba mi
alma. El sol ya empezaba a desperezarse y estiraba sus brazos de luz para
despertarse y levantarse de su cama de estrellas, cambiándose su pijama rojo,
por una chaqueta amarilla de luz. Se
preparaba poco a poco para empezar un largo día de trabajo; aún en la mesita de
noche la luna brillaba para que él pudiera terminar de despertarse del todo; al
ir abriendo los brazos su luz se fue extendiendo por doquier, sin dejar un
rincón virgen de su energía.
El mar seguía acariciando mis pies
dulcemente, sigilosamente se metía entre mis dedos y los envolvía con su sal y
su aroma. Yo miraba al horizonte y disfrutaba con el espectáculo de colores que
el Sol me iba ofreciendo aquel amanecer. Cada mañana desde hacía años daba este
paseo mañanero antes de ir a trabajar al Centro de oficinas que se encontraba
cerca de la playa, no podía remediar no ver cada día aquellos amaneceres tan
imponentes. Ese día pude llegar un buen rato antes de ir y empezar a trabajar.
Me senté en la arena, saque mi termo de café con leche y mi bocadillo y
desayuné viendo aquel amanecer maravilloso. El aroma del café subió hasta mis sentidos,
miré hacia arriba y pude contemplar aquellas nubes de colores, desde el
amarillo, pasando por el naranja, rojo y violeta en una serie de tonos que
disfrazaban las nubes de un carnaval cuyo rey era el Sol, esto me hacía
comprender lo afortunado que era al poder ver cada día estos espectáculos que
me ofrecía la vida, como un music hall de colores.
Estaba con mi desayuno y a lo lejos
veía como se acercaba una embarcación, pero no se veía nadie en ella, no era
una playa aquella de pescadores, con lo cual me extrañé. No sé por qué razón se
me pasó por la cabeza que aquello era una patera, pero seguía sin ver a nadie. Se
fue acercando, efectivamente era una patera, me levanté y me acerqué para ver
si había alguien a quien socorrer, la imagen me impactó, me sentí sobrecogido
porque había varias personas medio revueltas, medio despiertas e inconscientes.
Cogí el móvil y llamé a emergencias. Yo
sólo no podía hacer nada así que pedí ayuda a otras personas que había por la
playa y entre unos cuantos pudimos empezar a socorrer a aquellas personas. Ni
me imaginaba de donde venían ni lo que habían pasado durante días que habían
estado en alta mar, pero las condiciones en las que venían eran
desagradablemente impresionantes. Yo estaba muy afectado, intentaba ayudar,
fuimos sacando personas, fuimos dándoles nuestras toallas, agua, comida, etc.
En
ese momento llegaban los servicios de urgencias y ellos se encargaban
profesionalmente de ayudar a todas aquellas personas. Ayudaron a bajar de la
patera a una chica que estaba en un estado avanzado de embarazo; nunca olvidaré
sus caras, sus miradas, el estado en el que habían llegado y la cantidad tan
grande de dinero que les habían pedido por venir, quizás más que lo que
nosotros pagaríamos por un crucero por el Mediterráneo.
La chica que estaba embarazada no podía
tener más de quince años, y venía con dolores y contracciones así que tuvieron
que asistirla allí mismo, en una de las ambulancias. Durante ese rato estuve
ayudando como podía a todas las personas que necesitaban algo, repartiendo
mantas, agua, comida y mi mirada de cariño y comprensión hacia ellos.
De repente un llanto, risas y aplausos
llegaban de la ambulancia donde habían asistido a Aaminah; de su nombre me
enteré después, así era como se llamaba la chica que acababa de dar a luz
y que en árabe significa (Dama de Paz y Armonía)
Me acerqué, todos sonreían porque todo había salido bien, la madre estaba en
perfecto estado y la niña también. Pregunté si sabían como la iba a llamar; días más tarde me enteré que aquella niña se
llamaría Amanecer y desde entonces mi paseo por la playa tiene el significado
de un doble Amanecer.
© JUAN ANTONIO GÓMEZ JEREZ
EL TIEMPO EN EL ESPEJO

La habitación estaba llena de cosas,
muebles, artefactos viejos, cortinas que arrastraban sus viejas arrugas por el
suelo, silencios y recuerdos que revoloteaban por toda la estancia. Los recuerdos
volaban con alas hechas de tiempo efímero, y se movían de un lado para el otro,
cuales luciérnagas, intentando socorrer
a los recuerdos que se caían de las estanterías, aquellos recuerdos muy viejos
que ya no se valían por si solos. Había que ayudarlos. Los recuerdos escuchaban
mis historias, oían a mis propios recuerdos, algunos se dormían al escucharme y
se les caía la cabeza, disimulaban claro, yo me daba cuenta pero no me
importaba, otros por el contrario estaban atentos a las cosas que recordaba y les
gustaba como hablaba de ellos. Había recuerdos para cada cosa, para cada
momento, de distintos colores y texturas; ¿Y los sabores? ¡Ay dios los sabores!
¡Como se movían por la habitación dejando su aroma por doquier!
La ventana estaba abierta, las cortinas
más jóvenes jugaban con el aire y un
móvil de cristales de colores que
colgaba de la parte alta dejaba su sonido en el ambiente, suavemente metálico y
reflejaba en la pared dulces destellos de colores que se transportaban desde el
mismo sol.
Yo me estaba tomando un té de hierbas orientales que dejaba aromatizado mi salón a canela y jengibre
y como si fuera la hora del té inglesa, pasaba la tarde solo disfrutando de los
recuerdos que aún se dejaban ver entre las ranuras que dejaban los libros de la
estantería. Y aquella estancia tenía el sabor familiar sin familia que ya se
había embotellado en los recuerdos.
De repente la estancia se llenaba de amigos
que hacía tiempo que no veía, fueron entrando poco a poco, incluso algunos de
los que ya habían muerto, me resultaba extraño, pero aun así, me dejé llevar
por el bullicio, por la conversación, por el sonido de las tazas cuando las
cucharas las acariciaban y me dejé embriagar por aquella magia que me envolvía.
Reía, me sentía feliz. Todo me resultaba extraño, dulcemente extraño. Tanta visita,
como cuando éramos jóvenes y nos reuníamos todos a merendar y a hablar, a
compartir y a soñar. Todos me preguntaban que como estaba, que si me sentía
bien y yo les afirmaba que nunca había estado mejor.
Entre toda aquella algarabía me llagaba,
de repente, un sollozo que no sabía distinguir. Miré a mis amigos con esa cara
interrogante del que quiere descubrir entre las respuestas y me sonrieron
dulcemente, con una sonrisa cómplice que me daba tranquilidad y me invitaron a
descubrir de dónde venía. El bullicio bajó. Me levanté y me miré las manos
blancas, sin arrugas, limpias. Al levantarme se me calló un libro de poesía que
siempre solía releer pero lo dejé en el suelo, caído, el sollozo me producía
más intriga y me dispuse a salir de la estancia.
Al acercarme a la puerta me miré en el
espejo que colgaba cerca de ella. Mis ojos se clavaron en aquella imagen.
Viejo, me vi muy viejo, lleno de arrugas como nunca antes me había visto, me
sorprendí, me asusté. Me agarré del marco de la puerta y miré al pasillo, al
mirar atrás ya no había nadie, ya no estaban, habían desaparecido, me asusté aun
más. Una luz tenue me guiaba hasta la habitación del fondo de donde venía aquel
sollozo. ¡Dios! No entendía nada. ¿Qué sueño es este? ¿Qué pasa?
Poco a poco me acercaba a la habitación,
era mi habitación, allí estaban todos, hablando, susurrando, por un momento
sonreí aun sin entender nada. Me acerqué a la puerta, allí estaban todos.
_ ¿Qué pasa chicos?
Pregunté. Nadie me respondió. Fui
abriéndome paso hasta la cama y fue allí donde me vi acostado, tendido, con los
ojos ya cerrados. Miré a todos. Aquellas caras, aquel silencio roto por el
sollozo. Ella me cogía la mano, me acariciaba la cara. Se despedía
silenciosamente. Y en aquel momento me fui.
(C) JUAN ANTONIO GÓMEZ JEREZ
PÁGINAS
AL VIENTO
Afuera hacía mucho viento y la lluvia golpeaba en los cristales de la ventana
con desesperación, como arañándolos, como queriendo entrar bruscamente,
desesperadamente, con ansiedad. El aliado viento la ayudó haciendo que la ventana se abriera
violentamente y entraran el agresivo aire y el agua de la lluvia. Así, se
apoderaron de la habitación, invadieron la estancia como en las historias de
aventuras de piratas de pata de palo. Los relámpagos y los truenos, cuales
cañones, pronunciaban ¡a la carga! con sus palabras de fuego de los cuentos de
aventuras desaventuradas.
Al abrirse la ventana bruscamente y
entrar el viento y la lluvia libres, el
libro que estaba en la mesa se abrió arrasado a la merced de su fuerza, y las páginas
revolotearon, gritaron ¡socorro! abriéndose y cerrándose rápidamente y
pasándose las páginas de un lado para el otro en un baile de desorden desordenado;
perturbando las palabras y las frases, mezclando las páginas y los personajes; y los paisajes se confundieron los unos con
los otros disolviendo las ideas de aquel libro que luchaba contra la lluvia
y el viento. El libro lloraba y lloraba y la tinta fluía al contacto con el agua
formando un riachuelo negro que caía en cascada mesa abajo.
En ese momento me vi metido en el libro,
me sentí vapuleado por las páginas, por las palabras que creaban aquellas historias. Me golpeaban los sonidos de las frases
en la cabeza y me tiraban de la mano…unas veces volando entre las páginas de
aquel libro, otras veces caía entre las letras, enormes, como si fueran gigantes
colchones, o de repente me encontraba entre paisajes extraños, calles solitarias,
parajes desconocidos, montañas gigantescas, ríos llenos de pirañas y seres que
revoloteaban en aquel tornado de papel, cual cucurucho de castañas en
septiembre. Yo era un personaje más en
aquel momento. Sin esperarlo estaba
delante de un acantilado enorme, gigantesco, con un castillo de cuentos a lo
lejos. Abajo el mar, golpeaba fuertemente y con rabia el acantilado como
queriendo subir por él, escalándolo, el viento me daba en la cara, frío, muy
frío.
Dentro de aquel libro las palabras
susurraban unas con otras y me gritaban enfadadas por aquella violación a la
que se veían sometidas por las manos frías de aquel viento inculto, por aquella lluvia inoportuna,
como si quisieran leer desesperadamente aquel maravilloso cuento y formar parte
de él. Cada una de las palabras de aquel libro, cada una de sus letras, eran
mías, mis historias, mis cuentos, mis sueños y mis anhelos, mis lágrimas y mis
alegrías. Era mi diario. Eran las frases
que revoloteaban alrededor de mi vida como el satélite que gira alrededor de su
planeta.
María entró sin llamar, cerró la ventana rápidamente y aseguró el pestillo,
cerró el libro de golpe. Encendió la luz de la habitación. Me desperté, me
sobresalté, todo había sido un sueño… Me senté en la cama y miré hacia la
ventana, aun afuera las manos del viento, convertidas en ramas, seguían tocando
en la ventana, las gotas de lluvia hacían llorar a los cristales. Mi cara aun
sentía el frío del viento.
EN LA ESCALERA
Alberto
se incorporaba al trabajo después de varios días de descanso. El hospital en el
que trabaja es un centro sanitario importante dentro de su provincia. Alberto
trabaja en una unidad donde las personas pasan sus últimos días, en la Unidad
de Cuidados Paliativos. La atención a estos pacientes es exquisita ya que se
trata de personas con distintas dolencias terminales y necesitan los mejores
cuidados ya que están en la antesala del viaje definitivo. Subiendo las
escaleras que daban a la sala donde
trabaja y dirigiéndose a los vestuarios para cambiarse y ponerse el uniforme
blanco de enfermero se encontró a Hilario, un paciente que estaba ingresado en dicha
unidad y que cuando terminó sus últimos días de trabajo antes de ahora, el
paciente se encontraba en muy mal estado, razón por la que se extrañó al verlo
pasear con el pijama del hospital. Se saludaron afectuosamente.
-
¡Hola
Hilario! ¿Qué bien lo encuentro?
-
¡Hola
Alberto! ¿te incorporas al trabajo? ¡Qué bien! Yo voy a dar un paseo y a la
cafetería que el doctor me dio permiso para tomar algo.
-
Bueno
Hilario, lo veo después. Voy a cambiarme y a empezar.
-
Gracias
Alberto por todo lo que haces, eres una buena persona, estoy contento de
haberte conocido.
-
Bueno
Don Hilario, ahora charlamos.
Alberto entró en el vestuario, aún eran las ocho
menos veinte de la mañana, se cambió y se dirigió al control de enfermería
donde daban el cambio de turno. Cuando llegó comentó el encuentro con Don Hilario.
-
¡Chicos!
Acabo de encontrarme con Don Hilario en
la escalera, saludándome y bastante mejorado, tanto que el Doctor Fuster le había dado permiso
para pasear, la verdad es que me ha dado mucha alegría.
-
¿Qué
dices Alberto? ¿Qué broma es esa?
-
¡Qué
broma! Sólo les digo que me encontré con
Don Hilario y me he sorprendido de la mejoría.
-
Alberto,
Don Hilario falleció ayer por la mañana.
(C) JUAN ANTONIO GÓMEZ JEREZ
Tremendos relatos, todos diferentes, todos con fuerza. Esperando uno "erótico", no sé, me ha dado por ahí.
ResponderEliminarjajajajaj.........gracias Mina. seguiremos en la misma línea....de momento eróticos no, sin descartarlo definitivamente....
ResponderEliminarufff!¡Tremenda imaginación! Me encantan todos los relatos, me han impactado mucho.. es un placer leerlos...
ResponderEliminarImpresionante los relatos, me gustan todos pero... los mejores, EL TIEMPO EN EL ESPEJO y EN LA ESCALERA, fantasticos, pero sobre todo este último, me llenaron de recuerdos impactantes en mi memoria.., en este relato hay dos palabras que no se borrarán jamás en mi memoria, paliativos y escaleras. Enhorabuena
ResponderEliminarMuchas gracias
EliminarMuy buenos tus relatos y sinceramente muy profundos dan mucho que pensar. Saludos.
ResponderEliminarMuchas gracias
EliminarImpresionantes, espeluznantes, abosrbentes... Me han encantado los relatos, tienes mucho talento, Juan ;)
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